jueves, 29 de marzo de 2012

LA PEDERASTIA QUE EL PAPA NO QUIERE VER…

Por: San juana Martínez

marcial2“Me falta un testículo, por eso tengo la tentación de tocar niños”, dijo como excusa el sacerdote José Luis de María y Campos López de la Diócesis de Guanajuato, a María, madre de un niño a quien violó varias veces bajo el argumento de que era “el elegido por Dios” y con la protección continuada del obispo José Guadalupe Martín Rábago.

En Guanajuato, tierra yunquista, las víctimas de pederastia clerical forman parte de manera silenciosa de la visita del Papa Benedicto XVI quien se ha negado a recibirlas durante su estancia del 23 al 26 de marzo.

En otros países que ha visitado, Joseph Ratzinger se entrevistó con víctimaspederastia de abuso sexual de sacerdotes; en cambio, en México la Santa Sede rechazó de manera frontal y despreció la posibilidad de un encuentro.

Las víctimas existen, aunque el Vaticano no quiera verlas, ni escucharlas. Sus testimonios son fiel reflejo del cisma que ha provocado los crímenes sexuales del clero en la Iglesia. Y también de la política de silencio y desprestigio impulsada por la jerarquía católica mexicana contra quienes tienen el valor de denunciar a los agresores sexuales con sotana.

GUANAJUATO Y LA PEDERASTIA

“No digas nada de lo que te hago, porque le puede pasar algo a tu mamá o a tu abuelita. No digas nada, porque le va a pasar algo a tu hermanita”, amenazó el padre José Luis de María y Campos López al niño de 10 años, acólito de la cuasiparroquia María Auxiliadora, ubicada en la calle Costas del Océano Pacífico número 401, en la colonia Santa María de los Cementos, al sur de la ciudad de León.

La hermanita del niño padece una discapacidad. Su madre que vende muebles por las calles es el sostén de la familia. El sacerdote había ido buscando acólitos casa por casa en esa colonia marginada hasta que logró reunir un grupo de 24 niños a quienes se llevaba a su casa para darles clases: “Íbamos entrando a la colonia, cuando escuché que dos señoras comentar que un niño había dicho que el padre les andaba bajando “los chones” a los monaguillos y que quién sabe qué más les estaba haciendo. Me preocupe… cuando llegué a casa cuestioné a mi hijo… hasta que aceptó lo que había pasado”.

Añade: “Me dijo que fueron varias veces. La última, el sacerdote le había quitado toda su ropa y él comenzó a llorar pero el padre le pidió que no llorara, le dijo que lo que le hacía no era malo, que era parte, pues, de consagrarse ante Dios…. Le decía que era el elegido por Dios y le repetía: ‘lo que te hago no es pecado. Te lo aseguro’”; luego, el padre de María y Campos López le daba la comunión.

María fue a reclamarle al sacerdote, pero este le dio sólo excusas de los abusos diciendo que tenía un “defecto físico”, concretamente que le faltaba un testículo y por eso “tocaba niños”. Le ofreció dinero intentando comprar su silencio, pero no aceptó. Luego lo fue a denunciar con el obispo de León, José Martín Rábago, ex presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), quien se negó a recibirla durante cuatro días, hasta que finalmente accedió y le dijo: “El sacerdote me dice que sólo “tocó” a su hijo. Es mejor que guarde silencio sobre este asunto, de lo contrario sería perjudicada porque la foto de su hijo saldría en los periódicos”. Después le ofreció dinero. Ella le contestó: “Yo lo que quiero es que este señor no siga siendo sacerdote. ¿Usted qué cree? ¿Qué yo ando vendiendo a mi hijo? El obispo tapó al sacerdote y lo justificó desde el principio”.

Comprobó que la jerarquía católica mexicana mantiene una política de silencio en torno a los abusos sexuales del clero.

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